martes, 7 de noviembre de 2017

La leyenda de la cierva del Castillo de Dorias (Galicia)

El castillo es espectacular, se alza en una colina espectacular y se localiza a los pies de una sierra espectacular. Pero queda a desmano, porque por Doiras solo se pasa si se va a uno de estos dos sitios: al puerto de O Portelo dos Ancares, para lo cual se continúa la carretera que tira para el frente, o bien a la propia sierra de Ancares, la turística, la idílica. En ese caso hay que girar a la izquierda y prepararse a subir. Aunque en realidad existe otra razón más para no llegarse de buenas a primeras al castillo Doiras: es de propiedad privada y se encuentra cerrado. Antes era hasta posible colarse con ciertas dificultades por una tronera o similar, pero cuentan los osados de aquellos lejanos tiempos que los dueños dejaban libres un par de perros poco amigos de los intrusos.


Cierta o no la aventura de los cánidos, en lo que sí se produce coincidencia es en destacar la belleza de su torre circular. Sin duda alguna, por Doiras pasaron miles de viajeros en la Edad Media y en la Moderna, porque luego el trazado por Pedrafita, que fue el que se potenció, anuló esa carretera. De hecho, esa debió de ser la misión del castillo, de tamaño mediano y lejos de la típica fortaleza rocosa gallega, que se resume diciendo que era una torre y una mínima cerca: controlar el paso de personas y mercancías. Esta «forma un polígono cerrado aún por la alta cerca, un torreón cilíndrico de defensa en uno de los ángulos y torre del homenaje de planta rectangular en el interior; de mampostería pizarrosa». Y son palabras del historiador Ángel del Castillo. No es mucho, pero algo es algo: Ramón Otero Pedrayo no le dedica ni una línea en su Guía de Galicia, a pesar de que la torre de homenaje mide dieciséis metros de altura, y los muros de la cerca llegan a los ocho y tienen un grosor de uno y medio.

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 Y si el castillo ya tiene valor patrimonial, se incrementa cuando se conoce una vieja leyenda

Hace mucho tiempo, en el castillo de Doiras (Cervantes) moraba un caballero de nombre Froiaz, con dos hijos: Egas y Aldara. Aras, el hijo de otro señor de un castillo cercano se enamoró de Aldara. Su amor fue correspondido y con el consentimiento de los padres se anunció la boda. Pero una tarde, Aldara desapareció del castillo, un ballestero trajo noticias diciendo que la había visto dirigirse a media mañana hacia el riachuelo cercano. Padre y hermano, criados y escuderos, e incluso su enamorado acompañado de sus gentes, fueron en su busca por montes y bosques, por chozas y caseríos...Después de algunos días de búsquedas infructuosas consideraron definitiva la pérdida de Aldara imaginándosela malherida por algún jabalí, algún oso o devorada por los lobos.

Muchos años más tarde Egas, estando de caza en el monte de Galo Monteiro, divisó a una hermosa cierva blanca. De un único y certero disparo terminó con la vida del animal, pero no se había percatado que era imposible llevarla al castillo por su peso excesivo (o tal vez, porque la nieve dificultaba el transporte), así que le cortó la pata delantera (para señalar que el animal le pertenecía o para mostrar un trofeo que diese cuenta de su hazaña). Y cuando fue a mostrarle a su padre la pata de la cierva, contándole el éxito obtenido, atemorizados, vieron cómo lo que Egas sacó de la bolsa fue una mano; una mano fina, blanca, suave; una mano de doncella hidalga. Y en uno de los dedos de aquella mano relucía un hermoso anillo de oro con una piedra roja.

Froiaz y Egas se acordaron de que aquel era el anillo de Aldara. Con ánimo dolorido corrieron hacia la cima del monte, hacia el lugar donde Egas había matado a la cierva. Allí encontraron, tendido en el suelo el cadáver de Aldara, a quien le faltaba una mano.

Según cuenta la leyenda, algún mouro debió de encantarla en figura de cierva, y la muerte se encargó de devolverla a su estado natural, doncella. Pero jamás se pudo saber el motivo.

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