lunes, 4 de diciembre de 2017

Mascaradas de Invierno

El impulso de adoptar una máscara ha sido algo inherente al ser humano desde su época más primitiva. El disfraz como medio para adquirir atributos mágicos, como una forma de confundir a los malos espíritus encarnándose en otro ser, el disfraz para ocultarse en la caza… o como mera transgresión festiva dejando atrás las convenciones sociales.

De una forma u otra, el hombre se transforma cambiando de piel y apariencia. La máscara le ofrece protección, la posibilidad de acercarse a lo extraño, fundirse con lo ajeno convirtiéndose en algo distinto, nuevo y al mismo tiempo ancestral. Seres a medio camino entre las bestias y los dioses.

Las Mascaradas de invierno son un conjunto dispar de milenarias celebraciones paganas, predominantemente rurales, cuyo origen se remonta a ritos prerromanos de sociedades agrícolas y ganaderas. Con el fin del invierno llega el momento de la purificación, de espantar a los malos espíritus y favorecer la fertilidad del campo y sus rebaños. Los hombres se disfrazan tomando elementos de la naturaleza y materiales de desecho que rodean su vida cotidiana. Pieles, sacos, telas, cuernos, paja, trapos, ramas, huesos, cuerdas, centeno… todo ello aderezado con distintas campanillas, cencerros o esquilas que resuenan por las calles alejando los males. 

(Esta filmación no hubiera sido posible sin la inestimable colaboración del pueblo de Mecerreyes, Burgos. Gracias a Oscar, MªCarmen, Margarita, Julián… Y también a Marta, Jose y Catalina.)

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